El hecho de que nada más y nada menos que el deslumbrante Paquito D’Rivera se mueva por toda Europa con su pianista preferido, avala a Pepe Rivero, que ahora nos presenta una obra maestra, “Los Boleros de Chopin”, en su formato trío, tal como nació el proyecto hace ahora un lustro. Suenan valses, nocturnos, impromptus, baladas, preludios y otros estilos explorados por el genio de Chopin, llevados al bolero, al cha-cha-cha, sones, rumbas, danzones… todo ello con ese toque jazzístico característico del pianista y compositor manzanillero. Una reedición del disco en digital ya se encuentra disponible en todas las plataformas....
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El hecho de que nada más y nada menos que el deslumbrante Paquito D’Rivera se mueva por toda Europa con su pianista preferido, avala a Pepe Rivero, que ahora nos presenta una obra maestra, “Los Boleros de Chopin”, en su formato trío, tal como nació el proyecto hace ahora un lustro. Suenan valses, nocturnos, impromptus, baladas, preludios y otros estilos explorados por el genio de Chopin, llevados al bolero, al cha-cha-cha, sones, rumbas, danzones… todo ello con ese toque jazzístico característico del pianista y compositor manzanillero. Una reedición del disco en digital ya se encuentra disponible en todas las plataformas.
Así se expresa, desde la admiración, Paquito de Rivera: “En el año 1986, Olga Guillot anunciaba en San Juan de Puerto Rico una más de sus recurrentes despedidas del mundo del espectáculo.
La reina Olga escogió como director musical al compositor Julio Gutiérrez, quien organizó una excelente orquesta formada por lo mejor del ambiente musical cubano. Gutiérrez, autor de boleros antológicos como Inolvidable, Llanto de luna, Un poquito de tu amor (grabada por Charlie Parker), y tantas joyas imperecederas del cancionero cubano, era además un pianista exquisito. Durante un intermedio de los ensayos en el Teatro de Bellas Artes de San Juan, se sentó al piano y comenzó a tocar un hermoso nocturno de Chopin, que atrajo la atención de algunos de los que estábamos alrededor. Entre los curiosos estaba Olga quien, cuando terminó de tocar, comentó emocionada poniéndole afectuosamente una mano sobre el hombro: “Si ese Chopin hubiera nacido en Cuba hubiera compuesto unos bolerones de espanto, ¿no es verdad Julio?”. En aquel momento la ocurrencia de la Guillot nos hizo reir a todos. Nadie sospechaba que, 24 años más tarde, otro gran pianista cubano de la generación más joven, sin conocer para nada la anécdota de Puerto Rico con Olga y Julio; sintiera la inspiración de dedicar un disco al insigne músico polaco, bautizando su proyecto con el ingenioso título de Los Boleros de Chopin.
Es raro el pianista que se respete como tal que no haya chocado en algún momento de su carrera con la monumental obra del ilustre compositor polaco. Pepe Rivero no solo no ha escapado a esta regla, sino que es parte integral de una fortísima tradición de tecladistas iluminados por la ineludible magia de Chopin.
Desde mediados del siglo XIX hasta la fecha, Cuba ha sido cuna de grandes pianistas: desde Manuel Saumell e Ignacio Cervantes -padres de nuestro nacionalismo musical-, pasando por el imprescindible Ernesto Lecuona, Antonio Maria Romeu, Jorge Bolet, Bebo Valdés, hasta Emiliano Salvador, Chucho Valdés y Gonzalo Rubalcaba. A mi me da una tremenda envidia no haber sido parte de esta élite tan distinguida, en lugar de tener que andar soplando mis tubos monofónicos por este mundo.
Duke Ellington decía que el buen arreglar es como re-componer, y esta grabación que llega hoy a mis manos es una hermosa muestra de composiciones chopinianas producto del talento y el extraordinario oficio de Pepe como intérprete y arreglista, secundado por la sólida sección rítmica completada con Toño Miguel al contrabajo y Georvis Pico en la batería.
Valses, nocturnos, baladas, preludios y otros estilos explorados por el genio de Chopin desfilan con infinita gracia frente a nosotros, convertidos en forma no sólo de bolero sino también de cha-cha-cha, sones, rumbas, danzones, y otros ritmos cubanos, condimentados con el siempre bienvenido toque jazzístico característico del joven pianista manzanillero.
Para terminar, creo que debo confesar sin pudores que, mientras escribo esta nota, escucho por enésima vez estos maravillosos boleros polacos que nos ha regalado mi compatriota Pepe Rivero. Un verdadero derroche de buen gusto musical, sabor, energía sin exageraciones y un sentido del humor que pondrían una sonrisa aprobatoria en los labios de Olga Guillot y, de seguro, hubieran alegrado un poco la vida de Frederic Chopin”.
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